Lisboa y el chico de la moto azul. En Lisboa hay muchas motos, de todos los colores, pero en Villaescusa sólo había una azul, y era la de Victor, el chico en el que todas las amigas de Ruth se fijaban, sí, menos Ruth. Amores de pueblo, de verano, que huelen a heno, a río, a bicicleta, a calimocho, a bocadillos y a risas adolescentes. Veranos que huelen a fiestas, a verbenas, a banderines y a cohetes, a pasodobles y chocolate con churros, a miradas que se cruzan y que dicen «me gustas». Cruces de miradas que terminan en amor para siempre, en boda, como no, en el pueblo que vio el comienzo y seguirá viendo los eternos paseos estivales. Bodas que guardas en el recuerdo, desde la iglesia en Villaescusa, hasta el restaurante Hotel Doña Brígida Salamanca Forum. La música de Fa Mayor. La película de Carlos Lorenzo. Lisboa y el mar, y la moto azul. Pasión de la que se empapa el mar y nos la ofrece con olas de oro y añil. Azulejos pintados en los mismos tonos. Ojos que se derriten al encontrarse. Labios que se funden como la arena y el mar. Y la moto azul. Atardeceres eternos y Tabernas de Fados. Café expreso, helado de fresa. Bacalao, tranvías, adoquines. Y la moto azul. Dice Antoine de Saint Exupery por la boca de un zorro en su obra El principito, que solo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos. Pero creo que si miras a Ruth y a Víctor a los ojos no solo ves lo esencial, si no también una cantidad de amor y de respeto que desborda lo usual. Y una moto azul. A Pessoa se le escaparon letras y pensamientos que le ocurren a Ruth y a Victor. «El amor es una muestra mortal de la inmortalidad». Y lo hicieron bronce por decir lo que ellos sienten y comparten. Lisboa y el chico de la moto azul.